Al final de un día áspero, que empezó torcido, con sentimiento de vulnerabilidad, con obligaciones y fatiga, con un calor excesivo que parece negarle a uno, después del verano tan arduo, el alivio de septiembre, me conforta leer aforismos de Juan Ramón Jiménez, un remedio infalible:
¿La cima(que es la sima)de mi antipatía? Una misa de campaña, en una plaza de toros, cosa frecuente en España.
¡El cura, el militar, el torero… y el público de ellos tres!
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Un día no es un día de la vida, sino una vida. Y no sirve, y es necio hacer propósitos para la vida de otro día.
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Más vale no tener una cosa y saber sentirla que tenerla y no saberla vivir.
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En el deber gustoso -sin relijión- se goza la alegría completa, porque somos a un tiempo dadores y recibidores de ella.
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Respetemos nuestro propio secreto.
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Miremos, veamos día y noche, noche y día, que no es necesario llevarle en tan buen estado los ojos a la tierra.
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En cada instante, lo mejor que se pueda. Y eso basta.
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Pensemos más con las manos.
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No obliguemos a nadie ni a nada: ni al amor, ni al recuerdo, ni al olvido, ni a la verdad, ni a la belleza… Lo que ellos quieran con nosotros.
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El arte, sin la “vida” cercana o distante, es nada. (Yo no puedo gozar un museo, un concierto, un libro, si no estoy acompañado, cerca, callada, o lejos, rumorosa, de la “vida”).
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Mi patriotismo consiste en procurar imponer con todo mi espíritu lo fino, lo delicado, lo esquisito de España, a lo burdo, lo feo, lo desagradable.
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¡Qué cosa tan difícil, tan suprema, el equilibrio entre el contemplar y el hacer!
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Una prisa lenta.
Del libro, “Río arriba. Selección de aforismos”, recopilado por Juan Varo Zafra, y editado por Visor.